Capítulo 17 - El diario de Yrigoyen... o casi

«Es una empresa de transporte», dijo Nahuel, después de buscar a través de su celular qué era Viceversa SA.

—No sé, che… Como decía mi abuela, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía— insistió Marcela, que fue la primera en cuestionar la oferta de parte de una empresa desconocida para trasladar los excedentes de la producción local en granjas comunitarias hacia la capital para allí trocarlos por otros productos para los comedores.

—Acá dice que fue fundada este año y que su misión es la comunicación terrestre a lo largo y ancho del país —amplió Nahuel.

—¿Este año se fundó? A mí me huele mal todo esto… —se quejó Mariana.

—A ver… —tomó la palabra Federico—. Los tipos nos están ofreciendo trasladar tomates y zapallos y traernos de vuelta otras cosas, leche, azúcar, qué sé yo… Supongamos que es todo una currada, que hacemos un envío y no traen nada de vuelta, ¿qué perdemos? ¿Unos cuantos kilos de tomates y de zapallos?

—¿Pudiste averiguar algo con las otras cooperativas y en las granjas? —le preguntó Mariana a Pablo.

—Sí, en su mayoría han recibido la misma oferta —respondió Pablo girando la cabeza para mirar a Amira—. Pero…

—¿Pero qué? —dijeron dos o tres a la vez.

—Pero ni a él ni a mí nos convence la propuesta… —agregó Amira.

La Reina Hormiga era la única que no hablaba inglés, así que sólo ella tenía puestos unos auriculares con micrófono por donde recibiría la versión de lo que se fuese diciendo traducida por un programa de alta velocidad, a la vez que cualquier cosa que dijera ella sería traducida de inmediato por el mismo programa y reproducida en ambos lados de la comunicación.

De este lado estaban cinco ya conocidos, la ya mencionada Reina Hormiga y los cuatro empresarios a los que identificamos con sendas primeras letras del abecedario, y del otro, el dueño de uno de los monopolios de la comunicación más grandes del mundo, propietario también de varias redes sociales, entre ellas, la favorita de Unmalpa.

Tal vez alguien se esté preguntando por qué hay cuatro empresarios y no cinco, y es que el quinto en cuestión no fue convocado para esta tertulia internacional, no ya por desconfianza de los otros cuatro, sino porque estos últimos, sencillamente, no quieren que el otro se entere de esto que planearon y están por ejecutar.

Una gran pantalla emite la única luz que proyecta sombras en la oscura sala en la que se han reunido. En la pantalla, una leyenda enmarcada en un recuadro dice que pronto se conectará el interlocutor al que todos esperan con ansias.

Ninguno de estos cinco personajes habla, aunque hay un par de ellos que esbozan sonrisas. Es que piensan en el plan que están ejecutando y les parece divertido, a la vez que tan perverso que, si no fuera por el hombre que está por aparecer en segundos en la pantalla, no se podría realizar.

Por fin, y repentinamente, el dueño de gran parte de la comunicación del planeta aparece en la pantalla. Mientras que los de este lado están de saco y corbata y la única mujer en la reunión luce un discreto vestido que podría funcionar muy bien en cualquier fiesta de gala, el interlocutor, a varios miles de kilómetros de distancia apenas si lleva una remera puesta, y si pudieran verlo por debajo del escritorio, descubrirían que tiene una maya muy florida y unas chinelas al tono.

Ambas partes se saludan cordiales, y toma la palabra C, que conoce al multimillonario de haber compartido con él algunos negocios, pequeños, pero negocios al fin. C pregunta mirando a la pantalla si el otro, el que está a miles de kilómetros, pudo analizar la propuesta y si es viable.

Antes de responder, el otro se toma un segundo, mira con sarcasmo a la cámara y les dice que al principio no entendía el plan, pero que viendo cómo se maneja el presidente y las reacciones coléricas que tiene ante cualquier cosa con la que no coincida, es claro que esta es una buena forma de controlarlo.

Controlarlo no sería la palabra, dice B sonriendo, preferiríamos decir que lo cuidamos, a la vez que cuidamos nuestros negocios, y apenas termina ríe descaradamente, y lo mismo hace el resto de los participantes allí reunidos.

¿Entonces?, pregunta A, y por si hubieran quedado dudas amplía: ¿Es posible controlar exclusivamente su teléfono?

¡Absolutamente!, responde el monopólico después de dar un sorbo a una bebida que de este lado del planeta no se alcanza a identificar qué es. Pero necesito la certeza de que voy a poder invertir en el país con las condiciones que ya conversamos.

No te preocupes, agrega A, de eso nos encargamos nosotros.

Esta señora, dice D señalando a la Reina Hormiga, lo tiene comiendo en su mano; entre ella y el perro, que hace lo que ella le enseñó, no hay forma de fracasar.

Entonces, sólo necesito que ustedes me digan qué información es la que quieren que él vea cada día, dijo el multimillonario comenzando a dar por cerrado el trato, y entiendo que dependerá de cómo ustedes quieren que sea su estado de ánimo.

Efectivamente, volvió a hablar C, hay días en que nos conviene que esté calladito, así que habrá que hacer que vea halagos y buenas noticias, pero hay días en que necesitamos que haga ruido, que diga barbaridades, para que la prensa se distraiga, y para esas ocasiones es preciso que sólo vea malas noticias y que la gente despotrica contra él. Con eso alcanza para que salga a decir estupideces a los cuatro vientos.

Me gusta cómo manejan las cosas ustedes, dice el multidueño, creo que vamos a poder hacer varios negocios juntos.

De eso no le quepa dudas, intervino la Reina Hormiga, agregando algo como hacer saber que tenía voz y pensamiento propios, porque realmente la había intimidado la presencia remota de ese tipo que era capaz de hacer que Unmalpa leyera cualquier cosa.