Capítulo 16 - Solo en la noche

Mira el reloj. Faltan unos minutos para las tres de la mañana y él sigue despierto. Como todas las noches desde hace tanto tiempo que ya perdió la cuenta, yo no recuerda cuándo fue la última vez que pudo dormir.

Se levanta. El silencio de la enorme residencia en la que vive desde que es presidente lo aterra. En lo más profundo de su ser entiende que ese silencio es como una metáfora de su vida. Quiso ser amado por multitudes, quiso escuchar su nombre vitoreado por millones de gargantas en un estadio después de un partido o después de un recital. Quiso ser amado por la sutileza de un pase perfecto o de un arpegio bien ejecutado, pero eso nunca le llegó, o mejor, nunca llegó a hacer ese pase, a ejecutar ese arpegio. Entonces fue el silencio. El silencio en el que se veía en sus peores pesadillas.

Va hasta el baño y descarga la vejiga en un proceso largo. Nunca pudo estampar un ruidoso chorro de orina contra las paredes del inodoro. Por el contrario, siempre su meada fue débil. Siempre. Y no lo supo hasta la secundaria, cuando en los mingitorios descubrió que sus compañeros eran mangueras de bomberos vaciando sus necesidades a los gritos, sin dejar de conversar y bromear con los demás en el baño y no tardándose más de un minuto en hacer lo que tenían que hacer, subirse el cierre del pantalón y salir corriendo a seguir disfrutando del recreo, mientras que él apenas si expulsaba un fino chorro de pichí que lo obligaba a perder varios minutos del recreo y, por ende, ser parte de los grupos que hablaban de todo a la luz del sol.

Por entonces fue cuando decidió que sería futbolista o estrella de rock. Su herida virilidad sería recompensada con los gritos de las multitudes, con sus fotos ocupando las primeras planas de los diarios, con su nombre repetido hasta el éxtasis en los noticieros de televisión. Pensando en eso era que lograba masturbarse. Cerraba los ojos y se veía a sí mismo con una guitarra colgada y haciendo el falsete final de una canción mientras el público deliraba y las chicas se levantaban las remeras mostrándole sus tetas. También se imaginaba haciendo el gol de la victoria y corriendo hacia el alambrado, seguido de todo el equipo, titulares, suplentes, cuerpo técnico, que solo querían abrazarlo y agradecerle que fuera el artífice de la victoria que les daba el campeonato, y las tribunas llenas de gente saltando y abrazándose, en una orgía sin igual, mientras que las chicas se levantaban las remeras mostrándole las tetas.

Pero nada de eso sucedió nunca, y en esta noche de soledad siente algo así como una nostalgia por aquellos años de sueños felices. Se sacude la verga y siente algo así como una emoción. Por eso, así, parado como está frente al inodoro, intenta masturbarse de nuevo, como en aquellas épocas de adolescente soñador. Lo intenta. Lo intenta pero nada pasa. Ni siquiera recuperando aquellas antiguas imágenes de plateas infinitas alentándolo y chicas mostrándole las tetas puede lograr siquiera una erección.

La flacidez insuperable lo desanima. Descarga el agua en el inodoro y se queda mirando el remolino que se lleva la orina a vaya uno a saber qué destinos.

Escucha cómo la mochila vuelve a cargarse de agua. Percibe la diferencia en la intensidad del sonido a medida que el flotante va haciendo su trabajo y su efecto cierra de a poco la válvula. Un chistido agudo, breve, le indica que los niveles han vuelto a estabilizarse, y otra vez ese silencio infernal de la soledad de la noche. El fracaso en el intento de masturbarse lo sigue perturbando, así que vuelve a descargar la mochila del inodoro, en un inútil intento de que la noche llegue a su fin.

No espera a que la válvula se cierre con ese chistido que odiaría escuchar de nuevo. Sale del baño y regresa despacio a la cama. Las sábanas le acarician la piel como las manos de una mujer, o eso supone que debería sentirse. Y no es que no haya estado nunca con una mujer en la cama, pero aquella vez la experiencia no fue lo que pensaba. Estuvo tan inseguro como siempre, y así como nunca llegó a estar en un escenario de rock ni en una cancha colmada, tampoco llegó al orgasmo. Lo intentó, sobre eso no podemos reclamarle nada, pero, como siempre, sintió que algo faltaba, una pieza del rompecabezas estaba extraviada, algo escaseaba.

Se tapó y se acomodó de costado. El reloj marcó las tres y nueve. Cerró los ojos por unos segundos, pero volvió a abrirlos. Sabe que no podrá dormir. Otra noche en vela. Por un instante, la idea de tomar el celular y revisar las redes sociales lo tienta, pero el maldito algoritmo no sólo le muestra publicaciones de sus seguidores, sino también las de quienes lo detractan, y si bien ante el mundo se presenta como un guerrero feroz, en lo profundo de su ser ver esos comentarios y los títulos de los diarios lo debilitan aún más.

Construyó un personaje gritón, desafiante, brutal, pero es nada más que un personaje, el maquillaje de un actor musculoso que en la pantalla derriba paredes de un puñetazo pero que en la vida real llora cada vez que recuerda la muerte de la madre de Bambi.

Es débil. Lo sabe. No es muy inteligente. Lo sabe. Pero también sabe que pudo convencer a un ejército de ovejas de ojos vendados para que lo votaran, y tiene que aprovechar este momento, antes de que las vendas se aflojen y el rebaño vea la luz, para encaramarse en la cima de la gloria y pasar a la historia por este camino alternativo que construyó ante la frustración del rock y del fútbol.

Es ahora o nunca, piensa. Es ya.

Cierra los ojos e imagina los títulos: «Unmalpa cierra el Congreso por ser un nido de corruptos».

Aplausos.