Capítulo 15 - El consejo de Atila

La Reina Hormiga lo observa. Está sentada en uno de los sillones. A su lado, Goliat, adormilado por las caricias que ella le hace en la cabeza. La Reina Hormiga sabe lo que tiene que hacer, y lo que para cualquier otra persona podría ser una difícil empresa, para ella ya es un juego. Conoce perfectamente cómo funciona la cabeza del presidente y qué movimientos ejecutar para que él caiga en todas y cada una de las redes que ella le teje. Por eso ahora sólo lo observa.

Hace unos días, en una de las sesiones para contactar el espíritu de los grandes líderes de la historia universal para que aconsejaran a Unmalpa respecto de qué hacer con la economía, ella le dijo al mandatario que Atila pedía tener una conversación a solas con él, así que una vez que la reunión espiritual terminó, la Reina Hormiga les pidió a todos que se retiraran menos al huno.

Ya a solas, Atila, vía la médium, le dijo a Unmalpa que lo notaba algo retraído, indeciso. Y lo que siguió fue una profunda charla entre ambos y que a continuación transcribimos debido a la relevancia que tiene en esto que venimos contando.

—Se nota que sos un líder capaz de ponerte en el lugar de tus guerreros —dijo Unmalpa con la voz un poco retraída, casi en un susurro.

—Hay que conocer tanto el cuerpo como el corazón de quienes están a nuestro lado —dijo Atila en la voz de la Reina Hormiga, que vaya a saber por qué en estos casos hablaba con un tono grave, como si el hecho de tener que ser interlocutora de un hombre también afectara su forma de expresarse—. Pero también… —y el huno, a través de la mujer, hizo una pausa que claramente tenía la intención de crear el ambiente propicio para revelar una verdad irrefutable—. También hay que conocerse uno mismo.

La Reina Hormiga, que no en vano hizo tres años de teatro con Lito Cruz, aunque después viese frustrada su carrera de actriz debido al período en el que tuvo que irse furtivamente un tiempo de la ciudad, echó levemente la cabeza hacia atrás, abrió la boca todo lo que pudo y puso los ojos en blanco.

—¿Te fuiste, Atila? —preguntó desesperado Unmalpa.

—No —respondió repentinamente el espíritu encarnado en la mujer—, sigo acá —y la Reina Hormiga volvió a una posición más natural—. Lo que quiero decir es que tú sabés quién eres y que tienes una misión en este planeta. Ya eres quizás el hombre más poderoso del Mundo, pero hay una sombra en tu corazón.

—Es que los malditos comunistas…

—No es a eso a lo que me refiero —interrumpió Atila—. Al comunismo y a toda otra expresión de retrógrada y empobrecedora solidaridad tú le has puesto el pie encima, mas hay en tu vida un pesar del que aún no logras desprenderte. Te has animado a todo sabiendo que el Cielo te protege, pero todavía tienes una deuda contigo.

La Reina Hormiga miró, es decir, Atila, a los ojos a Unmalpa con una dura expresión, como interrogando al interlocutor con toda la fuerza del Universo.

—Hay… —balbuceó Unmalpa.

—Hay energías negativas del Cosmos que aún no te animás a enfrentar y alejar de tu vida para siempre. Sería muy sencillo para mí revelarte a quién me refiero, pero debes ser tú quien indague en tu interior para descubrir qué es eso que te pesa, o mejor, quién es esa persona que toda la vida te denostó y que aún hoy no has tenido la fuerza de despegar de tu lado.

La sala quedó en silencio después de esa última frase. A Unmalpa se le notaba en el rostro que ya había descubierto la respuesta, pero tanto era su pesar que ni siquiera se animaba a abrir la boca. Por fin, agachó la cabeza, se miró las manos entrelazadas y dijo en un murmullo: «Mi padre».

—Acabas de correr el velo que te impide ser el dueño total del destino de la humanidad. Anímate, pues, a cortar todo vínculo que te ata a la vulgar carne, y conviértete en la luz del futuro —ordenó Atila, y después de esto se fue, dejando a la Reina Hormiga exhausta…

—¿Qué pasó? —preguntó la Reina Hormiga, que ahora sí era la Reina Hormiga, mientras se incorporaba, ya de nuevo con su voz y sin el tono ese de doblaje de español neutro con el que los espíritus la obligaban a hablar.

—Atila… —comenzó a decir Unmalpa—. Atila acaba de abrirme los ojos… Llamaré a mi padre y cortaré toda relación con él. Pero será mañana, ahora estoy muy cansado.

Al día siguiente, como ya vimos un par de capítulos atrás, la Reina Hormiga lo forzó a que tomara el teléfono y lo llamara al padre.

Dos días después de ese llamado, nos encontramos con la Reina Hormiga acariciando al adormilado Goliat y observando a Unmalpa, esperando que este dé su próximo paso. El presidente lleva cuarenta y ocho horas sin dormir. Ha pasado las noches en vela revisando las redes sociales e insultando a diestra y siniestra, mientras que durante las horas de sol las aprovecha para intentar diseñar un plan de gobierno que le permita salir del caos económico en el que está sumergido el país, pero todas las ideas que tuvo hasta ahora involucran a las fuerzas armada disparándole a cualquiera que se oponga a las decisiones tomadas por el presidente, y eso, ya se lo aclararon, no se vería tan bien, aunque los resultados fueran superlativos.

Esa charla telefónica con su padre lo alteró lo suficiente como para que durante dos días hiciera disparatadas declaraciones a la prensa y publicara en las redes sociales tantas barbaridades, que los medios no dan abasto para cubrir todas y cada una de las consecuencias de la verborragia presidencial, lo que, en definitiva, es la mejor manera de ocultar todo lo que comienza a suceder en el país.